Me gusta caminar despacio. Creo que ya lo he recogido en alguna que otra entrada. Pero, sobre todo, en estos últimos años soy más consciente de ello. Creo que fue después de la pandemia. Esa que asoló el mundo, no hace tanto tiempo. ¿Lo recuerdas? No ha sido un sueño (más bien una pesadilla). Ha sido una realidad que sesgó muchas vidas antes de terminar su camino. Ha sido un aviso que no sé si tod@s hemos sido conscientes de ello. En cualquier caso, cuando se hablaba de que “eso” nos iba a cambiar, yo debo reconocer que a mí se me ha cambiado. No juzgo a l@s demás. Ni debo ni quiero, ni este es el lugar. Al menos hoy.
Quizá deberíamos ser más conscientes de la fragilidad de nuestro tiempo. No me refiero al tiempo en general, me refiero al tiempo de cada un@ de nosotro@s. Ese que nos administramos nosotr@s mism@s, con permiso de los horarios marcados por razones laborales o profesionales. ¿Hace mucho tiempo que no miras a tu alrededor, siendo consciente de lo que miras? ¿Hace mucho tiempo que no te miras a los ojos, frente al espejo, para poder reconocerte? ¿Eres consciente del camino que recorres y de las huellas que dejas, o que no dejas?