¿Cuántas soledades habitan en un ciudad tan concurrida como Madrid o Barcelona o Bilbao o Málaga o Sevilla o La Coruña, o…? Creo que hay más soledad en cualquiera de esas ciudades, que en una pequeña aldea de lo que han dado en llamar la ‘España vaciada’. Cuanto más rodeado de gente estamos, más soledad podemos llegar a sentir. Nadie saluda a nadie. Nadie habla con nadie (salvo excepciones).
Si viajamos en transporte público para acceder a nuestro centro de trabajo, todos los días, a la misma hora y tomamos el mismo itinerario, es posible, muy posible, que nos encontremos con las mismas personas. Hombres y mujeres que van o vienen de su trabajo. Jóvenes que vienen o van a estudiar o trabajar. Un ir y venir de almas que caminan, a veces, algunas veces, como si no hubiera nadie más a su lado. Soledad. Soledades.
He querido compartir una historia de soledades o de temores. De miedos a hacer o decir. De esperar un momento mejor. O de esperar el momento oportuno. Cuántas oportunidades podemos perder de encontrar una persona con la que compartir camino, por el simple hecho de no atrevernos a decir; a hacer. Esta puede ser una historia fabulada o real. ¿Qué más da? Quizá solo sea una historia de espera; o de amor; o de encuentro, al fin, por atreverse y decidir.
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Si te apetece puedes escuchar el poema
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Acabo de subir al vagón
la misma hora
he girado a mi izquierda
y me he sentado
el mismo lugar
de lunes a viernes
desde hace tres años y cuatro meses
la misma hora
el mismo lugar
y sigo coincidiendo con ella
que sube en la siguiente estación.
Todo parece lo mismo
pero nada permanece igual
ella con su libro de lectura
que cambia cada tres semanas
y yo con mi libro de relatos inacabados
que comencé hace ya varios años
y unos pocos meses.
Ríos de gente fluyen hacia el interior
siempre contracorriente
a los que desembocan en los andenes
espigones sin amarras
a los que arriban los vagones
en su monótona travesía
un ir y venir de ruidos y olores
que distancian nuestros asientos
hasta hacerlos desaparecer
de nuestras miradas.
Como cada día vuelve a mis ojos su figura
permanece sentada
impasible
como si nada hubiera sucedido
mis pies han decidido levantarse
y guiarme hasta ella
sin que pueda detener o desviar su camino.
Me detengo
de pie
a su lado
mirándola
levanta su cabeza sus ojos y me observa
sonríe.
Hola –le digo.
Hola –responde–.
Te esperaba desde hace mucho tiempo
al fin has llegado.
Una lágrima furtiva recorre su rostro
hasta alcanzar la comisura de sus labios
avivando su sonrisa.
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