La poesía late en cualquier lugar, no importa si hay vida o muerte; no importa si hay alegría o sufrimiento; no importa si hay amor u odio…; nada importa para que su latido sea alto y claro. En muchas épocas se encarcelaron poetas; se prohibieron sus libros o se quemaron; se les arrebató la vida como solo los indecentes y los cobardes saben hacerlo…; sin embargo, por mucho empeño que pusieron los que siempre han mandado, jamás pudieron silenciar la voz del verso; la voz del poema.
Llevamos confinados desde el mes de marzo por culpa de la COVID–19. Hemos hecho homenaje a héroes, que nunca han querido que se les tratase como tales; a camioneros, fuerzas y cuerpos de seguridad; reponedores, barrenderos, repartidores, agricultores…; sin embargo, ¿Te (nos) has (hemos) acordado de esas miles de mujeres, y de menores, a los que se les iba a condenar a vivir con su carcelero, con su maltratador, con su enemigo…; en una soledad incomprensible y cruel? ¿Quién siguió su justificado encierro? ¿Y su desescalada?
Confieso que en numerosas ocasiones he pensado en ellas. En esas miles de mujeres, asustadas y solas, a merced de un cobarde, al que le ha venido de perlas esta situación. Alguien les concedió la potestad de cerrar la puerta de su cárcel, por dentro, guardar a buen recaudo la llave, y someter a su víctima o víctimas con total libertad, a su antojo y capricho. ¿Alguien pensó en la situación en la que quedaban, y se ocupó de ellas? Permitidme estos versos; permitidme este poema. Por todas ellas.
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Si te apetece puedes escuchar el poema
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Y fue a mediados de marzo
cuando el pánico y el miedo
y las violaciones y el maltrato
y el sometimiento y las vejaciones
entraron en algunos hogares,
sin lugar a duda en demasiados
y cerraron puertas y ventanas por dentro
condenando a capricho del maltratador
a mujeres y menores indefensos.
Se agravó para ellos un confinamiento cruel
que vivían cada día en esa soledad
de la que se consideran, tal vez, culpables
silenciando su dolor y un futuro inexistente
por la incomprensión de esta sociedad
que parece vivir de espaldas a esa realidad
a ese día a día, noche a noche
que viven esas víctimas que creyeron
en un amor que nunca fue
en unos ‘te quieros’ que nunca fueron
en un futuro que carecía de presente.
Cientos de condenas impuestas por cobardes verdugos
a víctimas cuya única culpa fue creer
miles de condenas acordadas por verdugos miserables
a inocentes engendrados sin amor
estigmatizándoles para siempre sin razón alguna.
Yo me quedo en casa
fue nuestra decisión, nuestra bandera
para cuidarnos de un virus
que sembró la muerte
donde latía aún joven la vida
robándonos duelos y adioses
y abrazos y lágrimas y besos…
tan solo solitarios féretros cerrados
amontonados en pistas de hielo
otrora lugares de juegos
cajones de madera llenos de pasado
y ausentes de necesarias despedidas
para hacer comprensiva una muerte
cuando sin sentido te arrebata la vida.
Mientras nosotros en nuestras casas
nos encerramos
a ellas las encerraron de nuevo
con dos vueltas más de llave
o quizá fueran con tres vueltas más;
qué importa las vueltas que la llave diera
y si fueron una, veinte o cientos
si el carcelero la guardó en el mismo lugar
en el que guarda su odio
justo al lado derecho de su cobardía.
No olvidemos que nosotros decidimos
abrir o cerrar ventanas, puertas y balcones
ellas jamás decidieron antes
y tampoco pudieron decidirlo ahora.
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