La poesía, cuando nace, se acomoda en el lugar en el que habitan los sentimientos esperando al lector o lectora que, por la razón que sea, la encuentran y la hacen suya. Sin embargo, a veces, las sombras que nos rodean y que esperan a que tengamos nuestra ‘guardia baja’, deciden acomodarse a nuestro lado, en nuestros sueños, en nuestras esperanzas, en nuestro futuro incierto…, para no dejarnos disfrutar de todo lo maravilloso que nos regala la vida.
Ahora bien, si nos detuviéramos, tan solo un instante, nos daríamos cuenta de que esas sombras que nos amenazan, o que pretenden hacerlo, solo se acercarán a nosotros si se lo permitimos. Nos daríamos cuenta de que se camuflan entre otras sombras para confundirse y confundirnos. Nos daríamos cuenta de que su vida es efímera, pues en cuanto haga presencia la luz se difuminarán, poco a poco, hasta desaparecer.
Seamos dueños y dueñas de nuestras vidas. Seamos las actrices y actores principales de nuestra vida. No nos quedemos en observadores, en la distancia, de todo aquello de lo que formamos parte. Por todo ello, en estos versos, he querido mostrar lo efímero que pueden resultar las sombras que pretendan amenazarnos y lo fácil que sería, aun en la noche más oscura, gritar con todas nuestras fuerzas: ¡Hágase la luz! Y que el amanecer disipe esas sombras, permitiéndonos recobrar lo que sentíamos perdido.
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Si te apetece puedes escuchar el poema
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Atardece ya esta noche
y las estrellas deciden brillar intensas
sobre un cielo huérfano de luna
en el que la oscuridad impone su efímero reinado.
Quizá nada sea lo que parece
y nada parezca lo que realmente es,
pues es fácil ocultar el efecto y defecto
que cada cual no quiera mostrar.
Las sombras habitan entre estas sombras
como si su propio paraíso fuera
sabiendo que cuando el amanecer regrese
desaparecerán consumidas por la luz.
Volverán a ocultarse en nuestros miedos
tal vez en nuestros sueños;
si bien, deberíamos conocer de ellas
que tan solo vivirán y nos perseguirán
mientras nosotros les dejemos espacio
en el que caminar
en el que acomodarse
en el que encontrar
su permanente refugio
alimentándose de nuestros temores
en la mayoría de los casos infundados.
¡Hágase la luz!
Se escuchó una voz
y amaneció la noche.
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