Algunas veces he querido contar cuántos besos caben en un solo verso y, he de confesar que, cuando llegue a los mil y un beso, fui consciente de que nunca sería capaz de alcanzar la cifra final, pues tampoco es fácil conocer el número de estrellas del firmamento, el número de granos de arena de un desierto, o el número de gotas de agua de la mar océana. En un verso, puedo asegurar, caben tantos besos como lágrimas; tantas lágrimas como risas; tantas risas como sueños; y tantos sueños como vidas.
Creo que ya lo he manifestado en alguna que otra entrada. Estoy enamorado. Estoy enamorado del mundo y de la vida. Estoy enamorado de mi mujer. Muy enamorado. Sería capaz de asegurar que cada día más. Pero también he de confesar que, cuando nuestras miradas se cruzan buscándose, y se encuentran, la sensación que recorre mi cuerpo es capaz de erizar el vello que lo cubre.
Cuando éramos pequeños nos decían que teníamos cinco sentidos. Ahora, y dependiendo del enfoque de la ciencia, tenemos siete, o veintisiete, o treinta y dos, o… Pero me da igual esta aportación. Este no es el espacio ni el momento para dirimir esta cuestión. Me centraré en aquellos cinco que, primariamente, nos enseñaron. Esos cinco sentidos que se despiertan cuando escucho a la mujer que amo; cuando miro a la mujer que amo; cuando acaricio a la mujer que amo; cuando hablo a la mujer que amo; cuando percibo la fragancia de la mujer que amo. Para ella, estos versos.
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Si te apetece puedes escuchar el poema
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Me gusta dejar mis manos
volar sobre tu cuerpo desnudo,
recorriendo cada una de tus curvas,
hasta perderse entre las sombras
que acogen el valle de los valles.
Me gusta dejar que mis labios
besen sensuales tu suave piel,
siguiendo el sinuoso camino
marcado por mis manos
sintiendo ese cálido contacto
que brota de tu deseo al sentirlos.
Mis manos y mis labios
tus labios y tus manos
se entrelazan pacientes, lentos, sin prisa,
movimientos cómplices y armónicos
haciéndonos sentir el intenso placer
que pálpito a pálpito nos desborda.
Ahora tu boca y mi boca
se confunden en una
devorando como hambrientos
el néctar de ese deseo incontrolable
que nace del mirar de nuestras miradas
cuando por el deseo se encuentran.
Ahora nuestros cuerpos se abrazan,
rostro con rostro, pecho con pecho,
vientre con vientre, sexo con sexo…
Ya estoy en ti,
ya estás en mí,
dejémonos llevar por la sensual danza
que nos acerca hasta el éxtasis final.
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