En diferentes entradas anteriores he hablado de esos “días especiales” que marca el calendario. Los hay para todos los gustos y condiciones: homenajes, aniversarios, reivindicativos, de denuncia…, incluso “comerciales”. Efemérides significativas que, en la mayoría de los casos, seguimos con mayor o menor grado. A veces es bueno no olvidar algunas fechas o acontecimientos. Permitidme que rescate la frase del filósofo español Jorge Ruiz de Santayana: «Quién olvida su historia está condenado a repetirla».
No obstante, en este primer domingo de mayo, celebramos en nuestro país el “Día de la madre”. Sí es cierto que muchos comercios, especialmente floristerías y tiendas de regalos o grandes almacenes, nos invitan al consumo, a veces desmedido para regalar y homenajear a nuestras madres. En mi opinión, el día de la madre debería ser todos los días. ¿De qué vale celebrarlo un día, y el resto del año ni acordarnos de ella?
A mi madre nos la arrebató la muerte un día de agosto de hace veinte años. Aún joven, muy joven y con mucha vida por delante. La echo de menos cada día, y no es una frase que escribo (o pronuncio) porque quede bien. Es una realidad. Cuando me miro al espejo. Cuando pienso en mis hermanas y hermanos. Cuando recuerdo a mi padre. Cuando visito la casa familiar. Cuando observo el crecer de mis hijas o mi nieta. El pasar de las estaciones. Cómo me gustaría poder abrazarla y sentir sus abrazos rodeándome con su dulzura. Sigo echándola de menos, y cada día más.
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Si te apetece puedes escuchar el poema
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Sigo echándote de menos
cada día de cada semana,
de cada mes, de cada año;
cuando veo crecer a mi hija pequeña…
Cómo te hubiera gustado conocerla
y cómo le hubiera gustado a ella conocerte
y disfrutar de ti como lo hicimos tus hijos
y lo hicieron tus otros nietos.
Cómo te hubiera gustado
conocer a mi nieta, ese pequeño torbellino
que llena con su luz y alegría
el entorno en el que crece y crece
disfrutando de los regalos que la vida,
poco a poco, le va ofreciendo.
Dicen que el tiempo todo lo cura,
pero el tiempo cura nada,
tan solo ayuda a paliar la ausencia,
que no es poco, mientras tratamos
de avanzar con ella,
pero la herida siempre quedará,
y eso es bueno, cicatrices certeras
que cada vez que miremos aviven
nuestros recuerdos dormidos.
Sé que fuiste mujer antes que madre,
y fuiste hija y fuiste hermana,
mostrándote con esa naturalidad
que siempre te acompañó.
Sé que nos cuidaste y educaste
desde el amor de mujer y madre
que con el devenir de los días fuiste cultivando.
Sé que en mi palpita la sensibilidad,
la cordura y la armonía
que me inculcaste con paciencia…,
con mucha paciencia.
Gracias, mamá, por regalarme la vida,
gracias por todo lo que me enseñaste,
a veces a conciencia, a veces, quizá,
de forma inconsciente
en ese juego de vida que solo las madres
saben administrar en cada momento.
Sigo echándote de menos
aunque en mi habitará siempre tu recuerdo
hasta que mi memoria deje de latir.
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