Sé que son muchas (o quizá pocas, según se interprete), las entradas en las que hablo de la vida y, sobre todo, del pasar de la vida. Eso es buena señal, sin duda alguna, pues si no hablase, escribiese o recordase el camino ya recorrido, no sería una buena señal, pues, o ya no estaría ‘por aquí’, o quizá me hubiera alcanzado esa enfermedad terrible que anula nuestros recuerdos, y que, lamentablemente, todas y todos hemos oído hablar de ella, o conocemos personas que la han sufrido: Alzheimer. A veces, la vida, se nos antoja injusta y cruel.
Siempre he tenido la necesidad de escribir, desde muy pequeño. No exagero nada si digo que es una ‘necesidad fisiológica’. Creo que si no escribiera en algún momento colapsaría o, en el peor de los casos, explotaría llenándolo todo de palabras y más palabras, y seguro que habría gente a las que les molestaría que el aire estuviera preñado de palabras de otro. No sé si todo esto que señalo en esta entrada es producto de la edad cumplida, o de la felicidad de cuando me siento a recordar, por todo lo que me ha regalado la vida o, simplemente, porque necesito compartir aquello que me hace sentir vivo.
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Si te apetece puedes escuchar el poema
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Cómo pasa la vida
cuando la vida pasa,
a veces,
sin permitirnos un instante
para respirar,
para reflexionar,
para decidir,
para corregir ese rumbo
que quizá, y solo quizá,
tomamos errado.
Vuelvo la vista atrás
y ya no alcanzo a ver
el inicio de mi camino,
ya no por la distancia recorrida,
que no sé si ha sido
mucha o poca,
que no sé si ha sido
poca o mucha,
sino por las incontables encrucijadas
ante las que debí decidir,
y decidí,
haciendo así serpentear mis pasos
perdiendo entonces de vista
aquel horizonte lejano.
No por ello olvido
de dónde vengo;
no por ello olvido
los caminos recorridos;
no por ello olvido
que no debo olvidar…
y por eso escribo.
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😉
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