Cuántas veces nuestra mirada nos ha mostrado algo diferente, quizá cautivador, y no le hemos prestado la atención que deberíamos haberle prestado. Cuántas miradas, o almas, o corazones, o personas, o desconocidos, o…, se cruzan cada día en nuestro caminar diario. Cuánta soledad, en ciudades superpobladas, acompaña a quienes caminan a nuestro lado, o nos acompaña a nosotros mismos, y no lo vemos, o no queremos verlo, o no queremos reconocerlo. Quizá esta mañana, sea nuestra mañana. ¿Lo has pensado alguna vez? O ni siquiera te has atrevido a pensarlo, alguna vez.
Nuestra vida no está escrita, ni en renglones torcidos, ni en renglones derechos. Simplemente, no está escrita. La escribimos cada uno de nosotros o de nosotras según vamos tomando decisiones, erradas o acertadas, que nos llevan a diferentes encrucijadas donde, de nuevo, volveremos a elegir, acertadamente o erráticamente, quizá nunca lo sepamos. Pero creo, sinceramente creo, que la esperanza es esa luz que nos alumbra cada mañana y nos da fuerzas, en momentos difíciles, que somos sabedores de que los hay, para seguir caminando. ¿Cuánto tiempo esperando en andenes vacíos? La decisión es tuya, y solo tuya. Recuerda, no hay decisiones buenas o malas. Vive tu vida, aún está por escribir.
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Si te apetece puedes escuchar el poema
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Él pensó que aquella mañana
sería su mañana
y por eso decidió levantarse
una mañana más,
pero no una mañana cualquiera.
Hizo lo de cualquier otra mañana
antes de dejar que sus pies
le condujeran hasta la calle,
y se dejó llevar aquella mañana
que iba a ser su mañana.
Estación de Atocha,
andén tres,
siete horas y cinco minutos,
junto a la escalera central de acceso.
Allí la veía cada mañana,
de lunes a viernes,
pero nunca se atrevió a hablarle,
a decirle, a contarle, a expresarle…,
y así pasaron los mañanas
de muchos ayeres,
quizá demasiados ayeres sin mañanas.
Le cautivó su triste mirada,
ausente de alegría,
en la que se podía descubrir
ese particular brillo
que solo reflejan los corazones sinceros,
pugnando por salir
y gritarle a la soledad, cada mañana,
que había llegado su mañana.
Estación de Atocha,
andén tres,
siete horas y diez minutos,
junto a la escalera central de acceso.
Aquel día no la vio
y dejó marchar su tren.
Pensó que aquella mañana
sería su mañana
y por eso decidió levantarse
una mañana más…
Estación de Atocha,
andén tres,
siete horas y treinta minutos,
junto a la escalera central de acceso.
Aquel día…
Estación de Atocha,
andén tres,
siete horas y cincuenta y tres minutos,
junto a la escalera central de acceso.
Aquel día no llegó su triste mirada.
Estación de Atocha,
andén tres,
diez horas y veinte minutos,
junto a la escalera central de acceso.
Quizá, pensó, aquella mañana
no sería su mañana
y por eso decidió tomar
el siguiente tren y regresar;
y sin dejar de pensar pensó,
que la siguiente mañana, quizá,
pudiera ser su mañana,
y por eso, y solo por eso,
decidiría levantarse
pero no como una mañana cualquiera,
pues mañana sería su mañana,
no una mañana más.
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