Seguro que si te pregunto cuántos amaneceres has visto en tu vida, no vas a saber la respuesta exacta. No te preocupes, yo tampoco. No sé si alguien los irá contando, porque de todo hay en este lugar al que llamamos mundo. Lo que sí te puedo asegurar, es que de un tiempo a esta parte sois consciente de cada amanecer. Me levanto y miro al horizonte. Hay veces que aún la noche transita por las calles y el horizonte permanece oscuro. Sin embargo, otras veces cuando dirijo mi mirada al este (es la orientación de mi casa), siento cómo me saludo un cielo anaranjado que se despereza con todas las ganas, con todas las fuerzas para brindarme (brindarnos) un nuevo día para ser feliz.
Sé que nuestra forma de vida, en general, no permite pararnos y mirar; pararnos y observar; pararnos y respirar; pararnos y sentir… Es una pena, porque considero que no le dedicamos el tiempo preciso a lo que verdaderamente es importante. No somos conscientes de lo que guardamos en cada latido de nuestro corazón. Cada latido es un impulso más que nos une a la vida, en el que se guarda un instante tan pequeño que es capaz de llenar un Universo. Escucho el latido de mi corazón y te siento; y te recuerdo; y te sonrío, aunque no puedas verme. En estos versos he prestado mi voz a una niña que le hace una propuesta a la noche, esa noche que la abraza cuando anochece la tarde.
.
Si te apetece puedes escuchar el poema
.
Si me regalas un amanecer
te regalo un latido de mi corazón,
le propuso la niña a la noche.
La noche se quedó pensativa,
tras un instante de duda
miró la ingenua mirada de la niña
y con su voz cálida y oscura le habló:
¿Qué valor tiene un latido
de tu corazón
frente al esplendor del Astro Rey
que ilumina las mañanas
y templa los días?
No apartó su mirada la niña
del mirar de la noche;
respiró hondo llenándose de vida
y llevando su mano derecha
al lugar del pecho
en el que habita su corazón,
le respondió:
En un solo latido
de mi pequeño corazón
palpita toda una vida.
En un solo latido
de mi pequeño corazón
guardo el amor que siento
por todo aquello que me rodea:
mi familia, mis amigos,
las flores en primavera
y las nieves que me regala el invierno;
las olas del mar
y el viento que mece mi cometa;
las suaves caricias de mi madre
y todos los besos recibidos;
las risas en el parque
y los recuerdos de los que ya partieron.
En un solo latido
de mi pequeño corazón
guardo todos los amaneceres vividos
y todas las noches soñadas.
En un solo latido
de mi pequeño corazón
caben tantas y tantas cosas
que necesitaría muchos amaneceres
y muchas noches
para enumerarte todas.
Por eso he soñado regalarte
un latido de mi pequeño corazón,
noche,
para que puedas sentir
aunque solo sea por un instante
el latido que la vida
me regala cada día.
La noche guardo silencio
bajo el titilar de las estrellas,
se alzó junto a la niña
y le susurró muy quedo:
aceptaré ahora tu regalo
pues cada amanecer veo la vida
antes de partir
pero nunca he sentido su latido
y lo que en él guarda.
¡Gracias, noche!
¡Gracias, niña!
La noche caminó hacia el oeste
mientras un anaranjado cielo
empezaba a desperezarse por el este.
.
.