La soledad, ese estado en el que, a veces, nos encontramos puede resultar angustioso. No me refiero a esa soledad buscada y que todas y todos necesitamos en algún momento, y a la que nos acercamos cuando necesitamos conocernos, encontrarnos o salir a buscarnos, si nos sentimos perdidos o sin rumbo definido. Me refiero a esa soledad que sufren y padecen hombres y mujeres, de cualquier edad (más en personas mayores), aunque haya gente caminando a su alrededor.
Son muchas las noticias que escuchamos de gente que vive en soledad y que, lamentablemente, muere en soledad. Sí me gustaría que mis versos te hicieran compañía si en algún momento sientes que la soledad a decidió sentarse a tu lado. No es necesario que la eches, a veces está bien tenerla cerca, pero no permitas que su abrazo te asfixia o te inmovilice impidiéndote seguir caminado en buena compañía. Pero debemos estar en guardia, a veces llega cunado menos te lo esperas y sin haber sido invitada.
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Si te apetece puedes escuchar el poema
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Odiaba dormir con la soledad,
odiaba su respiración
y el latido inconfundible de la ausencia
a su lado
pero así eran los anocheceres
de sus tardes,
así los amaneceres de sus noches.
No siempre fue como ahora era
no siempre la soledad
había vivido adherida a su piel
no siempre había sentido
esa constante presencia
que la acompañaba
cuando no demandaba su compañía.
Y así un otoño tras otro
así un invierno tras otro
desconociendo hasta cuándo
olvidado ya el día
de su primer encuentro.
No podía detener el tiempo
pero el tiempo pareció ralentizar
su camino
cuando supo lo que había decidido.
Desterraré esta soledad
que me habita
desde no sé qué noche
de qué día,
desde no sé qué día
de qué tarde,
desde no sé que tarde
de qué amanecer.
Odiaba dormir con la soledad
y el latido inconfundible de la ausencia
a su lado,
y con esa determinación amaneció.
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😉
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