En Madrid hay una Feria del Libro, permanente, en la calle Claudio Moyano –Cuesta de Moyano–. Una feria que tiene su origen en 1925 y que, actualmente, alberga una treintena de casetas ofreciendo libro usados, descatalogados, primeras ediciones…, y algunas de ellas tienen a disposición de los visitantes, novedades literarias. Esta emblemática calle nace en el paso del Prado, junto al Jardín Botánico, hasta alcanzar la calle de Alfonso XII, donde se encuentra una de las entradas al Parque del Buen Retiro, la Puerta del Ángel Caído. Al principio de la calle nos recibe una estatua de Claudio Moyano, político español del siglo XIX, que da nombre a esta vía, y coronando esta cuesta otra estatua, en esta ocasión de Pío Baroja, escritor perteneciente a la Generación del 98.
Esta soleada mañana de domingo, he tenido el privilegio de estar en la caseta número 30, donde mis libros compartieron tiempo y espacio con numerosos títulos que los acogieron con ese afecto que solo el libro sabe transmitir. Numerosos transeúntes y caminantes, amantes de la lectura, me regalaron su presencia, compartieron opiniones conmigo, leyeron parte de mi trabajo…, a tod@s agradecí y agradezco su tiempo y su conversación. Algun@s se llevaron ejemplares firmados, bien poemarios, bien literatura juvenil. Gracias, Carolina. Gracias, Julián. Gracias, siempre, a tod@s los amantes de los libros y la lectura.
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Si te apetece puedes escuchar el poema
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Libros usados y por usar,
historias por descubrir
que pacientes esperan, sin desesperar,
la llegada de su lector;
historias vividas y revividas
por ávidos lectores
de todas las edades
para todos los gustos
en todo tiempo llegados.
Mostradores inundados de libros
desbordando en un océano de palabras
hasta fundirse con el horizonte;
sueños de creadores de historias
trufándose con obsoletos atlas universales
y enciclopedias que otrora iluminaron
la curiosidad de muchos
espantando ignorancias cultivadas.
Y entre toda aquella vida,
yo y mis libros
o mis libros y yo;
“tanto monta, monta tanto”,
esa frase tan leída como manida
alcanza ahora mi memoria
acompañando el eco de su recuerdo.
Yo, insignificante,
mis libros entre otros libros libres
aguardando pacientemente felices
unas manos que los separen
del resto de congéneres,
unos dedos que acaricien
unos ojos que miren
un corazón que palpite.
Aquella mañana llegaron ellos,
aquella soleada mañana llegaron ellas
y se acercaron y los acariciaron
y los miraron y sintieron su latido.
Gracias, Noa
gracias, Alberto
y gracias, también, a Ricardo;
gracias a Patricia
y a Cristina también,
gracias Ramón y Nuria y Adriana…,
gracias por caminar entre libros
gracias por acompañarme esta mañana
gracias por acompañarme en este viaje
gracias por acompañarme en estos versos.
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😉
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