Unos versos para este domingo nacidos de una caja de carton

hex0No sé si cuando teníais diez u once años guardabais recuerdos en una caja de cartón, o en cualquier otro lugar. Yo recuerdo que sí lo hacía, y de vez en cuando la abría para recordar algún momento que quizá se ‘traspapeló’ en mi memoria, o para engrosar su contenido. Objetos de una infancia que recuerdo con alegría.

Pensando y recordando aquella caja, que guardaba algo más que objetos, han nacido estos versos que ahora comparto. Creo que todos tenemos un lugar (próximo o lejano) en el que se acomodan objetos que guardan recuerdos, bien sea una carta, bien unos pétalos de flor entre las hojas de un libro, o vaya usted a saber qué. La memoria es personal e íntima y nadie sabe qué nos recuerda un objeto, un olor, o un sabor, salvo nosotros mismos.

Aún guardo objetos que me recuerdan mi infancia, aquella que hace unos cuantos años dejé atrás. Sin embargo, ahora adulto, con otras prioridades y la mochila cargada de vida, de sueños y de esperanza, he decidido caminar descalzo para sentir el palpitar de la tierra. Intentar sentir lo que siente y hacerme uno con la Naturaleza. Quiero respirar el aire libre que trae el viento y soñar. Siempre soñar.

Si te apetece puedes escuchar estos versos.

 .

Una caja de cartón de color blanco

con una tapa de color azul marino

que en su día guardaron unas zapatillas

del número treinta y seis

las primeras zapatillas que me compraron

siempre había gastado calzado usado

por otros niños y otras niñas

que como decía mi madre tenían “más posibles”.

 

La encontré en un rincón del trastero

buscado…, la verdad no recuerdo qué buscaba

me había acompañado en diversas mudanzas

que acompañaron mi vida

en ocasiones a diferentes casas

en ocasiones a diferentes hogares.

 

Me senté en el suelo rodeado de estantes

preñados de maletas, bolsas, cajas etiquetadas,

una bicicleta, un patinete, una cuna de madera,

el carro de la compra, una vieja lámpara,

una sombrilla de playa, una nevera de campo,

detergente de la lavadora, rollos de papel higiénico

y de todos esos cachivaches útiles e inútiles

que guardamos en un trastero.

 

Despacio retiré la tapa azul de cartón

que cerraba la “caja de mis secretos”

sin recordar cuándo fue nuestro último encuentro

quizá hayan pasado más de veinte años.

 

Respiré lentamente el aire de otro tiempo

y dejé que mi mano me guiara

una canica de cristal de múltiples colores

con la que jugaba al gua en los recreos

y en tantas y tantas tardes de mi infancia;

una concha petrificada que encontré

en los alrededores del pueblo de mi abuelo

cuando salía con mis primos a buscar fósiles;

un rojo lazo de seda que abrazaba la trenza

de aquella niña que iba a mi escuela

y de la que me enamoré perdidamente;

un cigarrillo y una cerilla de madera

de los que fumé siendo Manolín

en ‘Historia de una escalera’;

una taba con la que nos jugábamos

los cromos de animales y del espacio

que comprábamos con la paga de los domingos;

dos entradas del cine de aquella tarde

en la que mi tita Concha me llevó por primera vez

a ver una película de Tarzán.

 

¿Cuántos sueños

cuántos recuerdos

caben en una pequeña caja de zapatillas

del número treinta y seis?

¿Dónde guardaré todos los recuerdos

que ahora reposan en el desván de mi memoria

si decidí caminar descalzo?

.

😉

.

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