¿No te ha pasado alguna vez? No tener gana alguna de levantarte de la cama. En mi opinión, si eso te sucede una vez, por la razón que sea, no hay que darle ninguna importancia. Un@ se queda en la cama, se acurruca y se deja abrazar por Morfeo, por las sábanas o… La ‘alarma’ debe saltar si eso se produce con cierta asiduidad, y en soledad –aunque a veces también puede suceder aun durmiendo acompañad@. Yo ya lo viví, lo pasé mal, pero ‘regresé’ con más fuerza y más ganas de vivir. La soledad, a veces, decide acompañarte aunque tú no desees su compañía y debemos sacudírnosla lo antes posible.
Este domingo de abril quiero compartir unos versos, en los que su personaje central que, de forma deliberada, puede ser mujer u hombre, se cuestiona sobre la vida y sobre ella misma. Quizá no somos conscientes de lo rápido que algunas veces pasa la vida, y de lo lento que parece pasar en otras. Por esa razón, y por muchas otras que darían para llenar muchas entradas, debemos disfrutar de la vida. Alegrándonos en los instantes felices y pasando, lo mejor posible, aquellos que lo son menos. Vivir despierto@s. Observar, siempre observar. Pensar, siempre pensar. Vivir, siempre vivir.
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Si te apetece puedes escuchar el poema
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Los rayos de sol entraban
sin rubor alguno en el dormitorio
colándose, silenciosos, entre los visillos
entreabiertos que cubrían la ventana.
¿Para qué levantarse?
–se preguntó en silencio–.
La luz dibujó alegría en la pared
a los pies de la cama
mientras las sombras
seguían dueñas absolutas
de techo, paredes, mesillas, armario y cama.
¿Qué me ata a esta vida?
–se preguntó en silencio–.
Poco a poco y de forma inexorable
las sombras fueron desapareciendo
de aquel dormitorio,
y lo hicieron del techo y las paredes
y lo hicieron de las mesillas y el armario
y lo hicieron también de la cama,
donde los rayos de sol eran
inexplicablemente intensos,
dando a las sábanas que abrazaban su cuerpo,
esa inesperada calidez.
¿Y por qué ahora?
–se preguntó en silencio,
observando la cálida luz sobre la cama–.
Nadie dio respuesta a sus preguntas
quizá no era algo que esperase
pues, a veces, es más fácil creer una mentira
que hacer frente a una sencilla verdad.
Ni un solo rincón quedó fuera
del alcance de esa luz
que incomprensible inundó el dormitorio
aquella sencilla mañana de abril.
Arrojó fuera de su cama la ropa
que cubría su cuerpo
e incorporándose puso un pie en el suelo,
después el otro, quedando frente a la luz
que bañaba su desnudez,
abrió de par en par visillos y ventanas
y en ese instante escuchó su voz,
Ya sé para qué levantarme;
ya sé qué me ata a la vida;
ya sé por qué ahora.
Sin demorarse un instante
y con los pies descalzos
abandonó el dormitorio,
abandonó su soledad,
que sintiéndose amenazada y sola
decidió saltar por la ventana
para no regresar jamás.
Amaneció un día nuevo.
Amaneció un día.
Amaneció un.
Amaneció.
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