Todo aquello que tiene un comienzo, antes o después, le alcanza su final. Sé que es una obviedad, pero no por eso voy a dejar de pensar en ello. No como un mantra o una obsesión, sino como una realidad que deberíamos tener presente. Se acaba lo bueno, incluso se acaba lo malo. Creo que sabiendo esto, tan sencillo y elemental, y siendo conocedores de la situación, podríamos dedicar más tiempo a lo verdaderamente importante. Cada cual sabe dónde debe fijar su atención y su mirada: la familia, los amigos, uno mismo… A veces, algunas veces, podemos sentirnos perdidos; sin rumbo; en soledad.
Tengo un amigo que tiene un amigo, que le contó que un amigo suyo hace tiempo perdió el amor que abrazaba. El amor con el que siempre había soñado. El amor con el que se sentía feliz. El amor con el compartiría toda su vida. Una mañana decidió mirar el mundo que le rodeaba, y se sintió cansado, pero con ganas de volar. Se sintió perdido, pero con ganas de encontrar un camino. Sintió la soledad, pero buscaba sentirse en compañía. Aquella mañana al levantarse se miró en el espejo y donde antes tenía brazos, le habían crecido dos alas. Decidió salir a volar.
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Si te apetece puedes escuchar el poema
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Me han crecido dos alas
donde antes me colgaban dos brazos
que ya no abrazaban,
y he empezado a sentir la libertad.
Libertad que acaricia mi rostro
descubriéndome un incierto horizonte
por el que anochece la tarde
y amanecen las estrellas.
Estrellas que acompañan este viaje
en la soledad de la noche
sobre aquellas olvidadas playas
que borraron tus huellas.
Huellas que como canto de sirenas
confundían al caminante y al marinero,
caminante que perdió su camino
marinero que nunca encontró su mar.
Mar que besa un nuevo cielo
en la distancia que está por llegar
entre vientos que juegan con las nubes
y gaviotas que acompañan mi volar.
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