Desde el pasado 24 de febrero, con cada latido de mi corazón, nacen en mi palabras de indignación, de incomprensión y de tristeza. Me siento mal, pero mal físicamente. Me falta el aire. Siento dolor físico. Ganas de llorar. Ganas de gritar. Incluso ganas de odiar. Sí, de odiar. Pero enseguida procuro detenerme y reflexionar. Reflexionar sobre el odio, llegando a la conclusión de que ese sentimiento nunca proporciona algo bueno. Es una mala semilla que no debo cultivar.
Confieso que me cuesta mucho apartar esta sensación que me late, pero debo hacerlo. Debo centrarme para intentar comprender (cuestión nada fácil). Empatizar con lo que estamos viviendo. Con lo que están padeciendo muchos inocentes, tanto en Ucrania, como en otros países que están en guerra. Quizá el que sea en Europa; tan cerca de nosotros; en barrios similares a los nuestros; con familias con unas vidas como pueden ser las nuestras. Hacen que nuestra percepción y nuestra sensación sean más intensas.
Escribiría un verso cada segundo y un poema cada minuto, pues las palabras brotan en mi sin cesar, como esa fuente inagotable que nace de los latidos del alma. Quiero transmitir esperanza, sueños, comprensión, alegría…, pero eso no me impide que también me indigne con los que hacen de esta guerra, y de otras, su ‘modus vivendi’, sin importarles, realmente el sufrimiento y la desesperación de quienes las sufren. No voy a silenciar mi voz. No voy a silenciar la poesía. Mi solidaridad para l@s que sufren.
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Si te apetece puedes escuchar el poema
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Subir hasta las nubes
y tocar el cielo,
sin perder contacto con el sufrido
latido de la Madre Tierra.
Subir hasta las nubes
y observar, desde la distancia,
la crueldad de los hombres
que riegan campos, caminos y calles
con la sangre de inocentes.
Subir hasta las nubes
para empaparme con las lágrimas derramadas
por la desesperación de abuelos, padres y nietos,
de nietas, madres y abuelas,
ante la sinrazón de los hombres,
de un hombre,
de un hombre cobarde.
Subir hasta las nubes
y poder gritar a los cuatro vientos
el dolor y la incomprensión
de aquellos que sufren,
de aquellos que no comprenden,
de aquellos que se ven avocados
a abandonar lo que hasta ahora llamaban hogar.
Subir hasta las nubes
para poder llenar de cálidos abrazos
cada pedacito de azul celeste
que miren unos ojos inocentes
buscando un rayo de esperanza.
Subir hasta las nubes
una y mil veces
para deciros que no os olvido,
que siento vuestro dolor,
que sufro con vuestra tristeza,
que percibo vuestra desesperación…
Y que tampoco comprendo la sumisión
de esos hombres, que empuñan sus armas,
dirigidos por un asesino
al que todos le importamos nada.
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Ya ves , los colores de la bandera de Ucrania son el azul y el amarillo, que combinados resulta el color de la Esperanza, el verde…
No perdamos la Esperanza.
Hermosos versos, tintados de impotencia contra esa locura.💚
Qué razón tienes, mi querida Amiga.
Nada es casual. Sus colores determinan que, unidos, volverá la Esperanza para quedarse junto a ellos.
Gracias por tus palabras.
Por cierto, buen viaje.
Besos