En las últimas semanas, quizá meses, tal vez años, se escucha hablar y opinar a gente ignorante y no sé si con ganas de manipular o con intención de confundir la historia, cuando no hace tantos años, en muchos pueblos de nuestra geografía y con la prepotencia, soberbia e indecencia que concede la infamia, se llegaba para llevarse a padres, madres, hermanos, hermanas, abuelos y abuelas…, para no volver. Son, los desaparecidos, pero no olvidados, de nuestra historia.
No se trata de abrir heridas, sino de cerrarlas. ‘Las heridas no se cierran con el olvido; las heridas se cierran con la justicia’ (ChC). Con estos versos quiero contribuir a que nuestra memoria y la de los desaparecidos siga viva, por ellos y por nosotros.
He querido dar voz a una mujer (la Luisa), que pudo ser cualquier mujer; a un pueblo sin nombre, que pudo ser cualquier pueblo; y un camino y una tapia, que pudo ser cualquier camino y cualquier tapia.
Si te apetece, puedes escuchar estos versos:
…
Amanece el tiempo
sobre los olvidados
de la sinrazón
mientras las voces de la hipocresía
intentan silenciar la memoria
de los que fueron desaparecidos.
Llegaron ocultándose
bajo un cielo sin luna
en aquella aciaga noche
en la que tan solo se escuchaba
el silencio que precede a la muerte.
Les sacaron de sus casas
con la educación que esconde
la infamia
hombres y mujeres que llenaban sus vidas
y las de los suyos
de sueños y esperanzas.
Subieron a aquel desvencijado camión
con olor a ausencias calladas
y desaparecieron por el camino del rayo
que serpentea junto al río
de nuevo el silencio
y el tiempo
el tiempo necesario
para consumar una injusticia.
Rompe la noche
el sordo estruendo de unos fusiles
escupiendo dolor y muerte
y de nuevo el silencio
y el tiempo
el tiempo necesario
para no olvidar lo que nos fue robado.
Nubes de otoño
ocultan el azul del cielo
ensombreciendo viejos caminos
aquellos caminos de muerte
que terminaron antes de ser andados.
Cuenta la Luisa, la del panadero
que subiendo por el camino del rayo
antes de llegar a la cerca del cura
junto a la tapia
del viejo molino
crece cada primavera un campo
de rojas amapolas
que dibuja sobre el verde prado
la silueta misma de una traición
nadie sabe dónde los llevaron
dónde reposan sus cuerpos
dónde enterraron sus sueños
y los nuestros.
Cuenta la Luisa, la del panadero
que bajando por el camino de la charca
antes de llegar al recodo del río
cada primavera
reverdece la sombra de los cipreses
alfombrando la vieja tierra
con tréboles de cuatro hojas
y en el borde mismo del camino
florece
cada primavera
un rosal lunero sin espinas
preñado de rosas de diferentes colores.
Lo cuenta la Luisa, la del panadero
a la que la llevaron
padre y madre
dejándola huérfana con cuatro
hermanos pequeños
y a los que sacó adelante
apretando los puños
llorando la soledad de la noche
y tragando el silencio
y el tiempo
para no ennegrecer sus sueños.
Hace tiempo que las canas acompañan
a la Luisa, la del panadero
y aún sigue manteniendo la promesa
que aquella aciaga noche
le gritó al viento
y al cielo sin luna
con los ojos desbordados de soledad y miedo:
‘antes de partir
Luna
volveré a encontrarme con ellos;
antes de partir
viento
volveré a besar sus cuerpos
o lo quede de ellos;
antes de partir
noche
volveré a abrazar sus sueños’.
…
😉
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