Siempre me han gustado los amaneceres y, en particular, cuando éstos son en primavera. Los sonidos, las luces, los colores y las fragancias que acompañan un paseo, mientras la ciudad se despereza, es comparable con muy pocas cosas. Sí es cierto, que todo depende de nuestro estado de ánimo, pero cuando te sientes tan agradecido de la vida, por todo lo que te propone, tu ánimo es proclive a disfrutar de todo aquello que le rodea.
Pasear escuchando tus pensamientos, en esa soledad buscada que te regalas para reencontrarte, al menos para mi, es una buena terapia que procuro ejercer siempre que puedo. En ocasiones, cuando no me es posible, me siento en la terraza, abro de para en par las ventanas, para sentir el viento en mi cara, entorno mis ojos, y dejo que mi mente vuele hasta esos lugares conocidos en la que sentía la caricia de la felicidad.