Embarcarme en la aventura de ganarme su amor, pero no porque ella (por el hecho de ser mujer) necesite ser salvada, abordada, conquistada, derrotada…; sino porque yo sea merecedor, tal como soy, de su amor y su pasión, siendo ella por los míos correspondida, sin renunciar jamás a ser quien es. No me importará surcar mares y cielos con el fin de alcanzar ese lugar que ansío. Ese remanso de paz, esa playa a la que todo navegante que se hace a la mar, sueña con llegar. Quizá haya tormentas, pues las nubes son caprichosas y aparecen, a veces, cuando menos se las necesita.
Permíteme querido Amigo; permíteme querida Amiga, que comparta estos versos, en este domingo de invierno, en el que subido a mi navío emprenderé una nueva travesía, mar adentro, hacia ese horizonte lejano que dibuja esa línea imaginaria en el que mar y el cielo tienden a unirse, sin alcanzarse jamás. No desfalleceré, pues por muy lejano que esté mi destino sé que a él llegaré, empujado por estos vientos que ahora me reclaman. ¡Partamos sin demora! ¡Tripulación, a las velas!