Te has preguntado alguna vez si ya pasó tu «último tren»; o si el tren que tomaste era el que deberías haber tomado; o eres de los que aún sigues esperando en «tu andén» a ese tren que parece no llegar. Las estaciones de tren son un buen lugar para ver circular decenas, cientos, tal vez miles de almas, sin destino aparente, que parecen esquivarse, para no chocar, como hormigas a las puertas de su hormiguero. Parecen no conocerse y lo más probable es que así sea, en la mayoría de los casos pero, con cuántas vidas nos habremos cruzado en nuestra vida. ¿Les hemos vuelto a ver? ¿Nos han vuelto a ver? ¿Hemos coincidido en otro lugar?
Me gusta viajar en tren y fijarme en la gente que «me acompaña» aun sin conocerme, o quizá sea yo «su compañía» sin yo saberlo. Para mí es un lugar que invita a la reflexión. Cuando llego a mi destino desciendo, sin prisa (tan solo la necesaria para no entorpecer el paso de otros viajeros), y me paro en un lado del andén a observar cómo se vacía; cómo van desapareciendo los ruidos de maletas, con sus ruedas; o las conversaciones entre acompañantes o por teléfono; o los carteles con nombres de personas que buscan desconocidos. Los trenes y los andenes son un lugar, sin duda, en el que palpita la poesía. No tengo duda en que yo, ya tomé mi último tren. ¿Y tú? ¡¡Felices versos!!