Un poema me acercó un día de verano, en esta mañana de invierno

logoUno de los recuerdos más bonitos que guardo en el ‘desván de mi memoria’, es el de las tormentas de verano, esa lluvia que nos regalaban las nubes cuando el calor apretaba y refrescaba ciudades y pueblos, campos y caminos, sueños y esperanzas. Me gustaba descalzarme y con los pies desnudos saltar de charco en charco salpicando mis piernas, mi cuerpo y mi cara. Siempre me ha gustado la lluvia, y saltar en los charcos, y mirar hacia las nubes cuando descargaban su regalo, y sentir su discurrir por mi rostro, y beber de su frescura.

Han pasado los años, y me sigue gustando saltar en los charcos. Pero claro, no es lo mismo tener diez o doce años y disfrutar con ello, que tener unas cuantas decenas más y saltar en los charcos que forma la lluvia después de la tormenta, siendo observado por infinidad de miradas que en silencio murmuran: “Está zumbado o medio loco”; “A mí, también me gustaría hacerlo”; “Ya le vale a sus años”…; o simplemente esbozando una sonrisa o soltando una clara carcajada. ¿Qué más me da? Seguiré saltando en los charcos, aunque necesite la ayuda de un bastón de madera.

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